Las ilusiones del Transhumanisto (texto)
Federico González
El transhumanismo es una rama de la filosofía cuyo propósito
final radica en el logro de mejoras superlativas de las capacidades humanas,
tanto físicas como mentales, a través del uso del conocimiento científico y
tecnológico. Pero, además, cabe agregar que el transhumanismo expresa una
actitud existencial profunda a la que podría caracterizarse como optimismo
radical.
Nick Bostrom (2005) aporta la siguiente definición: “el
transhumanismo es tanto un concepto filosófico como un movimiento intelectual
internacional que apoya el empleo de las nuevas ciencias y tecnologías para
mejorar las capacidades mentales y físicas con el objeto de corregir lo que
considera aspectos indeseables e innecesarios de la condición humana, como el
sufrimiento, la enfermedad, el envejecimiento o incluso en última instancia la
mortalidad. los pensadores transhumanistas estudian las posibilidades y
consecuencias de desarrollar y usar la tecnología con estos propósitos,
preocupándose por estudiar tanto los peligros como los beneficios de estas
manipulaciones.[i]”
La anterior definición resulta útil para comprender que el
transhumanismo no se presenta como una
nueva utopía de carácter acrítico, sino
al modo de un realismo posible no exento de complicaciones y peligros.
Tal como expresé alguna vez, creo que resulta atinado
sostener que el transhumanismo es tanto la rama más científica de la filosofía
como la vertiente más filosófica de la ciencia.
Personalmente,
simpatizo con la línea general propositiva del transhumanismo. pero reconozco
una ambivalencia profunda respecto a su eventual concreción. como toda idea
emparentada a lo que suele denominarse “progreso”, resulta difícil dirimir
entre los posibles beneficios y perjuicios.
Sin duda la utopía transhumanista promete múltiples cielos
terrenales, tan fáciles de imaginar cómo los posibles infiernos alternativos.
A modo de “encuesta” por cierto asistemática (basada en una
muestra de personas a de mi conocimiento)
he observado que, salvo en el minoritario subgrupo afecto al futurismo
científico-tecnológico, el programa transhumanista genera escaso entusiasmo,
acompañado por sentimientos que tienden a oscilar entre la indiferencia y el
rechazo.
Me aventuraría a sostener que la indiferencia suele
asociarse con la incredulidad o la escasa probabilidad que se le atribuye a la
empresa transhumanista (vg. “no creo que eso llegue a ocurrir”, “si ocurriera,
yo no estaría aquí para poder verlo”).
En cambio, el rechazo parece mejor relacionado con una
aversión visceral a lo que signifique desvirtuar nuestra natural esencia
humana.
Paro comprender mejor el trasfondo de esa tensión conviene
precisar las promesas y los temores alrededor del controversial movimiento que
se viene analizando.
Digámoslo de modo simple y elocuente: el transhumanismo nos
promete, entre otras logros, prolongar
de modo creciente e indefinido la duración de la vida humana, atemperar el
sufrimiento, aumentar las capacidades intelectuales, incrementar la capacidad
de experimentar estados placenteros, etc.
La singularidad de esa promesa es que no refiere a
hipotéticas vidas después de la muerte, tal como se ha venido predicando en
muchas religiones desde tiempos inmemoriales.
por el contario, se sostiene la importancia de considerar seriamente la
posibilidad fáctica de aquellos logros.
Para comprender mejor la naturaleza de los sentimientos
antagónicos que suscita el transhumanismo resulta importante destacar el
énfasis con que expresa su ideario. al fin y al cabo, el programa
transhumanista podría considerarse como una versión remozada de humanismo
convencional (en la medida en que cuestiones como la lucha contra el
sufrimiento y la enfermedad, etc. siempre han estado incluidas dentro de las
preocupaciones humanistas) no obstante,
la diferencia es un énfasis expresado en una intensidad: obviamente, no es lo mismo luchar contras las
enfermedades que aspirar a una longevidad de 500 años.
De modo que la radicalidad del programa transhumanista se
expresa con elocuencia por la magnitud de sus objetivos. en efecto, aspirar a
objetivos de ese tenor supone un diagnóstico previo de las leyes de la biología
y psicología humanas naturales a las que, de algún modo, habría que violar para
avanzar hacia el logro de una evolución posible catalizada por la aplicación
del saber científico-tecnológico.
Y eso es lo que constituye la grandeza y la miseria de la
propuesta transhumanista: el logro de ese humano mejorado con capacidades
extraordinarias aparece como la contrapartida aquello que concebimos como
esencialmente humano.
Lo transhumano, lo post-humano, representarían entonces una extraña amalgama
entre cielo deseados e infiernos temidos cielos e infiernos posibles que quizás
la humanidad futura deberá explorar en su incesante búsqueda de aspirar a
emular a los dioses.
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